"Muchos de los informes etnográficos que preparan los antropólogos chilenos son similares a la tradicional composición que debe realizarse, en los colegios del país, en nuestro especial mes de marzo, en la asignatura de Castellano, titulada ¿Qué hicimos en el verano? No es nuestra intención desmerecer a los escolares" (Olivares: 1995 p. 22)
Toda investigación se presume tributaria de un acerbo de contenidos previos y definidos, de la tradición científica positiva y universal, del pensamiento de Galileo (preso en su torre sin ver en la oscuridad las hogueras ptoloméicas) de la división sujeto-objeto y la eterna consigna de Comte que clamaba por Orden para hacer posible aquel progreso infinito que prometió la burguesía al conquistar la realidad hace ya casi tres siglos. Nada escapa a este designio y resulta de mala educación el pretender que la disciplina antropológica ha de escapar a su pasado colonial colonialista (Stauder: 1975) como sustento de una ideología genocida, digamos la verdad sin adornarla.
Muros han caído (y se han alzado) desde entonces, manifiestos se han firmado en el fuego constructor y como respuesta a una historia de omisiones útiles y construcciones frágiles una nueva antropología debe emerger, sembrada en todo lo bueno de nuestra historia y consciente de los errores y los horrores, comprometida con una ética práctica en el relativismo cultural y en la necesidad de construir conocimiento para la liberación de pueblos oprimidos y opresores. "Necesario es para nuestro tiempo, crear una antropología libertaria", (Olivares: 1995 pp. 35) no por ello panfletaria o mero recurso de movimientos ecologístas (con todo un mundo de respeto) sino libertaria en el sentido más profundo de sus pretensiones y logros en la exposición de la diversidad (de las diversidades) para hacer posible allí donde el vacío lo hace posible la convivencia cariñosa entre los pueblos.
El doble viaje del etnógrafo se encuentra dado por la posibilidad de alejarse de sus concepciones de normalidad y de sus hábitos más estables para abrirse paso hacia la alteridad presupuesta por un pueblo que no es el suyo. Es un viaje en el espacio y en el tiempo, donde es posible recorrer miles de kilómetros o un par de cientos con la misma opción de aterrizar en la diversidad patente, así como los tiempos y los ritmos se han de transformar, llamando a la extrañeza, a la perplejidad o a la sorpresiva noción de lo familiar allí en lo ajeno. Un doble viaje que subsiste bajo el imperativo de volver del viaje y narrar lo vivido, a modo de testimonio que se sustenta en la autoridad del etnógrafo viajero.
Es en este momento cuando planteamos nuestra ruptura con la tradición testimonial de nuestra disciplina y con el lenguaje académico corroído por los mecanismos del poder administrativo, que inhibe la posibilidad y desvía la misión del antropólogo de conocer para luego describir, la realidad más allá de las posibilidades limitadas operacionalmente por un tipo de relato informe y coercitivamente neutro. "Sin conocer la realidad eterna, jamás comprenderemos el profundo, diverso, complejo y real significado de los diversos estilos de vida, sobre ellos cuales yace nuestro país" (Ibidem: 26)
Utilizaremos la poesía como llave para hacer hablar al otro y a los otros, pues "la poesía es el hondo susurro de los asesinados" y es la opción de quienes se reconocen subalternos al poder para disputar la lógica de la bondad y la sabiduría.
Aquel lenguaje críptico y sectario que cultivaron y se cultivó durante décadas y siglos en las academias e institutos reales de investigación hoy será invadido por las huestes bárbaras de la poesía y las torres burguesas serán depuestas y puestas al servicio de las mayorías, que robustas de vivir entre las hambres y los fríos se han dispuesto a embellecer la creación con su siembra humana de la verdad.
Texto extraído de mi informe de terreno "La Playa 2014" que el profesor no corrigió, ramo reprobado, mala cosa.